Lo primero que os pide es que os mantengáis firmes en la fe. Debéis defenderos contra un materialismo que invade paulatinamente la sociedad, sus instituciones y sus actividades. En muchos, este materialismo se va infiltrando en la búsqueda de una existencia confortable, plenamente asegurada para el día de mañana, pero cerrada a las realidades sobrenaturales, a toda exigencia de entrega, e incapaz de comprender las necesidades, muchas veces angustiosas, de otras clases sociales o de otros pueblos. ¡Es tan fácil olvidar que el bienestar temporal no es la meta principal de la vida humana y que existen otras riquezas infinitamente más preciosas y duraderas, tales como la caridad divina que hace al hombre olvidarse de sí mismo para unirse a Dios y a su obra! Éste es el papel de la Virgen: dejar entrever a los hombres un reflejo del Cielo en medio de todos los cuidados que les encadenan a esta tierra, y recordarles continuamente que las penas de este mundo no cuentan nada en comparación con la gloria que Dios prepara a sus hijos (Rom 8,18).
La consagración a María santificará vuestros hogares. ¿Quién mejor que la Virgen puede conservar la intimidad y el fervor de los afectos familiares, elevarlos comunicándoles la pureza y el amor íntegramente fiel de que Dios la hizo depositaria? ¿Quién inspirará a las madres el interés y la paciencia necesaria para velar por las múltiples necesidades de su familia, para educar a sus hijos en la piedad, para defenderlos de los obstáculos que un mundo paganizado coloca de continuo a sus pasos? En el seno del hogar, por el trato cotidiano e incesante que imprime en el alma de los hijos la imagen de los padres, es donde se transmite la experiencia de la vida cristiana. Allí es donde hace falta la presencia tierna y vigilante; ése es, por decirlo así, el lugar de la elección donde la Madre de Jesús prosigue la obra que fue suya por excelencia, el cuidado maternal del Hijo de dios, que se prolonga ahora en los miembros de la Iglesia.
Que reine María en vuestros hogares, no sólo porque tengáis allí su imagen, sino porque le recéis frecuentemente en común, porque recurráis a sus consejos y practiquéis sus virtudes”. (Ibid)
Finalmente, entresacamos párrafos conclusivos de estas enseñanzas de Pío XII, que hoy nos llegan, actualísimas, como dirigidas a nosotros y a nuestro país. No olvidemos que esta iniciativa de consagrarnos y coronar la Virgen en nuestras familias pretende refirmar las consagraciones nacionales que ya realizadas. Por eso mismo, quisiéramos que las coronaciones de la Virgen en las casas se realicen a lo largo y a lo ancho de nuestra querida Argentina, y más, que crucen sus fronteras:
“La Virgen no tiene otro deseo que conducir los hombres a Cristo, e introducirlos en el corazón del misterio central del cristianismo, el de la redención. Al Hijo que Ella trajo al mundo en tierras de Palestina, sigue trayéndolo ahora continuamente a la Iglesia. Ella quiere llevarnos en común hacia el Pan místico, símbolo de la unidad, de la paz y de la alegría eterna del cielo.”
“Que Jesús y María reinen en vuestra Nación, en vuestros hogares, en lo más profundo de vuestras almas. Que suscite entre vosotros una muchedumbre cada vez más numerosa y ardiente de apóstoles, sacerdotes, religiosos y seglares. Que Él sostenga en vuestro país el espíritu cristiano en toda su generosidad y una devoción cada vez más acendrada hacia la Santísima Virgen. Y que vosotros podáis, con toda verdad, repetirle a Ella las palabras del bello cántico: “Sed nuestra Reina”. (Pío XII, radiomensaje a Bélgica, 5 de septiembre de 1954)
Sentimos en nuestros corazones, que los hogares católicos deben ratificar –y vivir- los votos a su Madre y Reina, y por Ella y con Ella al Sacratísimo Corazón de su Hijo vivo y verdadero, latiendo en la Divina Eucaristía, y bien sabemos que Él es el Dios de los Corazones, como lo cantamos en un Himno Eucarístico:
Dios de los corazones
sublime Redentor,
domina las naciones
y enséñales tu amor.